Si como adultos, estos cambios físicos del adolescente nos resultan asombrosos, para el púber resulta confuso y en ocasiones terrorífico, pues tiene que encontrar la manera de habitar su nuevo cuerpo, que le plantea tantas contradicciones. En primer lugar, el ya no se ve como un niñito pequeño e indefenso: ahora él se ve como alguien grande y fuerte que puede llevar a cabo muchas cosas que de pequeño soñaba con hacer: tomar, fumar, desplazarse lejos de sus padres, en fin, jugar a ser adulto. Y después, en muchas ocasiones, el adolescente regresa atemorizado a casa, pidiendo ser tratado nuevamente como un niño pequeño al descubrir que hacer cosas de grandes puede resultarle angustioso.